viernes, 17 de febrero de 2012

Masaccio, el pintor del color

Hoy, en la sección de Historia del Arte, no vamos a tratar ninguna obra. Directamente, vamos a hablar sobre un artista, concretamente, un pintor renacentista, Masaccio. 

La figura del quattrocentista Tommaso di Ser Giovanni di Mone Cassai, más conocido como Masaccio, es especialmente importante dentro del arte pictórico italiano de comienzos del s.XV dado que será él quien desarrolle (en dicho campo y a partir de los conocimientos compartidos por Brunelleschi) la perspectiva, creando escenas donde el espacio será real, "aéreo". Además, sus obras, de rotundas imágenes impregnadas de un fuerte sentido volumétrico y naturalista, prefiguran la evolución que culminarán pintores posteriores, sentando las bases para que este cambio sea posible.

La verdad, es que poco es lo que se conoce de la vida de Masaccio, en parte debido a la escasez de documentos relativos a su vida y obra, en parte al hecho de que la primera fue especialmente corta (aunque muy productiva para la historia del arte), muriendo antes de cumplir la edad de veintisiete años.

Nacido en la actual localidad de San Giovanni Valdarno en 1401, se desconoce cuál pudo ser la trayectoria del artista antes de su traslado en 1417 a la ciudad de Florencia aunque se ha valorado la hipótesis de una formación de carácter local. Huérfano de padre a los cinco años de edad (en este año de 1406 nacerá también su hermano, el pintor más tarde conocido como el Scheggia) su madre se volverá a casar, trasladándose madre e hijos a Florencia una vez enviude ésta por segunda vez.

En dicha ciudad aparece Masaccio documentado en 1422 en el registro perteneciente al gremio de pintores y, aunque no se sabe cuál pudo ser su relación con el ámbito artístico florentino inicialmente (hoy día se descarta el aprendizaje bajo tutela de Masolino, debido a las diferencias estilísticas existentes entre ambos), sí es seguro que estableció una relación de amistad con figuras tan señaladas, y que tanto influirán en su pintura, como Brunelleschi y Donatello, a los cuales además retratará ya en sus primeras obras.

Es en esta fecha, asimismo, cuando aparece datado, mediante una inscripción, el Tríptico de la iglesia de San Juvenal de Cascia di Reggello, atribuido a Masaccio (habría sido su primer trabajo realizado en Florencia, probablemente por encargo de la familia Castellani)

Igualmente en este año se consagra la iglesia del Carmine florentina, acontecimiento que Masaccio se encargó de plasmar en un fresco ubicado a la entrada del claustro y que, debido a la remodelación posterior del edificio, hoy día no se conserva, aunque se sabe cuál debió ser su apariencia gracias a la existencia de unos dibujos del mismo y a la descripción que realizara Vasari en sus Vidas.

En Florencia, además, desarrollará encargos como los frescos para la capilla Brancacci de la iglesia del Carmine, en participación con Masolino, el cual habría recabado su colaboración para otros trabajos, como la tabla de Santa Ana, la Virgen con el Niño y ángeles para la iglesia de San Ambrosio (1424), así como una de sus más afamadas obras: el fresco de la Trinidad, realizado para la iglesia de Santa María Novella (1425-1427).

Sin embargo, es posible encontrar muestras de su genio igualmente en otras ciudades italianas, como Pisa, donde ejecutará en 1426 un Políptico para la iglesia del Carmine, hoy día desmembrado y repartido por varios museos europeos.

En 1428 se traslada a Roma (ciudad a la que supuestamente, y según testimonio de nuevo de Vasari, ya habría realizado con anterioridad un viaje para conocer el arte de los "antiguos") con la intención de colaborar con Masolino en la decoración de la capilla de San Juan, en la iglesia de Santa María la Mayor, sorprendiéndole una muerte prematura en dicha ciudad antes de finales de año.

En cuanto a su obra, sin duda, se puede considerar el ciclo de frescos compuestos para decorar la capilla Brancacci en la iglesia del Carmine de Florencia como la obra más importante de Masaccio, quien trabajará en su ejecución a lo largo de varios periodos.

Inicialmente reclamado por Masolino en 1924 para que le ayudara en dicha labor, la marcha de éste en 1925 a Hungría pondrá fin a la colaboración, recogiendo Masaccio el testigo del encargo en solitario hasta fecha cercana a su muerte (terminando el trabajo Filippino Lippi posteriormente).

El programa iconográfico principal de la capilla está basado en la vida de San Pedro, aunque es posible encontrar igualmente escenas pertenecientes al Génesis, correspondiendo a la mano de Massaccio los episodios de la Expulsión de Adán y Eva del Paraíso, El bautismo de los neófitos, El Tributo y las arquitecturas en las cuales se enmarca la escena de la Resurrección de Tabita, en el cuerpo superior.

Además, en el inferior, habría realizado los episodios de San Pedro cura a los enfermos con su sombra y La distribución de los bienes y la muerte de Ananías, junto con parte de La resurrección del hijo de Teófilo y San Pedro en la cátedra.

Esta obra es especialmente importante puesto que se supera por completo en la misma cualquier rasgo del gótico previo, constituyendo un inmejorable ejemplo de la que vendrá a ser la pintura de la Modernidad. Para comenzar, la composición es extremadamente compleja, tanto en lo concerniente a las escenas individuales como al conjunto global de la decoración, estructurada en función de un punto de vista principal: el del observador.

Masaccio va a conocer y aplicar las reglas de la perspectiva científica, distribuyendo las escenas de un mismo episodio (que pueden ser varias a la vez) en función de un punto de fuga, dotándolas de esta manera de una unidad e interrelación narrativa que poco tenía que ver con obras anteriores.

Además, el tratamiento de la luz en las diversas escenas es maestro, logrando con el manejo del mismo una corporeidad en las figuras (ya de por sí monumentales, debido a la influencia de Donatello) y una ambientación "física" plenamente realistas.

Muy importante será en su obra, asimismo, el contexto, concediendo una especial importancia a las arquitecturas marco, puestas siempre al servicio de ese realismo que, en muchas ocasiones, constituye un auténtico juego visual (como se puede observar en el fresco de La Trinidad, cuya impresionante bóveda además supuso un impacto para los coetáneos de Masaccio y que, a día de hoy, todavía deja boquiabierto al espectador).

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